
Winter Carstairs
Shadowhunter
Features

Fecha de nacimiento: 08/09/2000
Altura:1,65 cm
Peso:50 kg
Nacionalidad: Japonesa
Sexualidad: Bisexual
History

Una chiquilla de apenas unos 14 años, se encontraba en el que se había convertido su lugar favorito, el mercado de sombras. Allí sentía que no estaba sola y que las cosas que veía, había más personas y seres que las veían también, aunque aquel mercado no era el lugar más seguro del mundo, ni mucho menos.Un día un chico de unos 20 años aproximadamente se le acercó, no parecía alguien peligroso, y no lo era.Fue gracias a ese chico que entendió la razón a la que se debía que viera esas cosas que otra gente no podía, y fue gracias a él que pudo tener una nueva vida y encontrar un hogar en el Instituto de Londres.Fue enviada a la Academia para aprender a luchar y prepararse para la Ascensión, momento en el que se convertiría en cazadora de sombras y adoptaría el apellido Carstairs.
A partir de ese momento se interesó más por el origen de su apellido, razón por la que aprendió a tocar el violín, era tradición en la que ahora era su familia.Tras la Ascensión se instaló en Londres, donde convive con algunos cazadores más, y protege a los mundanos de unos seres llamados demonios.Su primer amor fue también su primer gran pérdida.
Llevaban años juntos, creciendo como compañeros, como cazadores, pero sobre todo como dos almas que se entendían sin necesidad de palabras. Había una ternura especial en la forma en que él la miraba, en cómo la hacía reír incluso en los días más duros, y en cómo su sola presencia lograba calmar todo lo que dentro de ella parecía siempre estar al borde del colapso. Él fue su refugio, su constante.Pero entonces llegó aquella misión, ambos tenían 19 años. Nada parecía fuera de lo normal. Era una operación rutinaria, algo que los cazadores de sombras hacían con regularidad. Ella no fue parte del grupo asignado, pero lo vio partir. Le sonrió antes de irse. Él le devolvió la sonrisa y le apretó la mano como solía hacerlo, una promesa muda de que volvería.No volvió.Lo que debió ser un trabajo limpio terminó en una emboscada. Un error de cálculo, quizás. Una trampa bien tendida. Cuando el grupo regresó, los rostros lo decían todo antes de que alguien pudiera pronunciar una sola palabra. El mundo se le vino abajo. Fue como si de repente el aire ya no llegara a sus pulmones. Como si una parte de ella se hubiera detenido junto con su corazón.Desde ese día, se cerró por completo. No habló. No lloró en público. No gritó. El dolor se le quedó dentro, inmenso, inmóvil, como una herida mal cerrada que aún sangra por dentro. Los demás en el Instituto lo intentaron. Se acercaron con palabras suaves, con silencios comprensivos. Pero ella no podía. Incluso cuando lo intentaba, algo en su garganta se atascaba. Como si nombrarlo fuera a hacerlo más real. Como si decirlo en voz alta fuera a arrancarle lo que quedaba de él en su memoria.Hasta el día de hoy, guarda su recuerdo como quien cuida una llama temblorosa en medio de una tormenta. No ha dejado de doler, pero ha aprendido a vivir con la ausencia. Aunque nunca volvió a hablar de él, su sombra vive en cada rincón de su historia.Varios años después vivió una etapa difícil de su vida, una que aún hoy le resulta dolorosa de recordar y aún más complicada de poner en palabras. Cuando habla de aquel encuentro, no sabe como descirbirlo, lo que ocurrió fue que casi tuvo que escapar.
Desde el principio, hubo algo en él que la inquietaba, una intensidad en su forma de mirarla, de hablarle, de estar presente… demasiado presente. Pronto esa atención se transformó en algo más oscuro: una obsesión.No podía hablar con nadie si él estaba cerca. Ni siquiera un saludo inocente estaba permitido. Cada gesto, cada palabra que no girara en torno a él se convertía en motivo de conflicto. Intentar explicarle cómo se sentía era inútil. Cuando lo hacía, él estallaba. Se volvía hostil, violento en su forma de hablar, en su actitud. Y cuando no gritaba, simplemente desaparecía, dejándola sola con el miedo de imaginar qué haría cuando volviera.
Vivía en un estado de alerta constante, caminando sobre una cuerda floja, intentando no provocar una tormenta que sabía que, tarde o temprano, llegaría de todos modos.Las amenazas eran su forma de control. No siempre eran directas, pero siempre estaban ahí, disfrazadas de advertencias, de celos, de frases que parecían cuidar pero encerraban una trampa. No era amor. Nunca lo fue. Era una prisión hecha de palabras suaves y miradas afiladas.
Ella dejó de ser ella misma. Se fue apagando poco a poco, atrapada en una pesadilla que parecía no tener salida.Finalmente, logró irse y aunque ha pasado el tiempo y la distancia ha crecido entre ellos, todavía vive con la sombra de su recuerdo. Todavía hay noches en las que se despierta sobresaltada, preguntándose si algún día él volverá.